jueves, marzo 29, 2007

La confusión total





Todo me disgusta en la prodigiosa suciedad de este tiempo. Todo lo que vivimos es sólo una fachada. Todo lo que se hace debe servir para algo aprovechable. ¿Aprovechable para quién y para qué? No, sin duda, para la mayoría de los hombres que viven en una condición infrahumana; ni siquiera para mejorar al resto, que vive bloqueado en sus más altas aspiraciones.
Nos encontramos con un mundo organizado según una tabla de valores morales y culturales tan arbitraria, que ha llevado a la confusión total. Nadie sabe qué es lo bueno o lo malo, lo digno o lo indigno, lo superior o lo inferior.
El hombre se siente aplastado, paralizado, por una confabulación de fuerzas que, en nombre del bien, del orden y del progreso, de la libertad y la justicia, destrozan lo sagrado de la vida, anulando la individualidad libre mediante los medios que el poder ofrece: la presión económica, la censura moral, la hipnosis publicitaria; pero de un modo sutil, inconsciente, irresistible, verdaderamente mágico.
Nos movemos en un mundo basado en la supuesta eficacia de la inteligencia, en el saber y en el orden. Todos estos principios no han servido más que para arrojamos al desorden, no sólo espiritual sino material.
Existe un hechizamiento colectivo donde la paz es violencia; no hay amor, ni siquiera odio, todos los cuerpos están repletos hasta el hartazgo, las conciencias resignadas, no hay más que una inmensa satisfacción de inertes.
El maleficio se origina en el hombre ávido de poder y se transmite a todos los que le sirven y a todos los que se someten.
Los detentadores de una fuerza sombría han establecido el molde humano, han conformado el tipo humano, han agarrotado al cuerpo humano, han cementado la vida humana como en un horno de cal, arena, asfalto y hormigón armado.
Esta civilización tiene por leyes: Aquél que está desprovisto de máquinas, cañones, armas, bombas, tanques, gases asfixiantes, se convierte en presa de sus vecinos o del enemigo más armado. De una sociedad así podría decirse que está planeada para arrastrar al hombre a la servidumbre.

Antonin Artaud (1896-1948)