lunes, abril 03, 2006

Aire de las Colinas


He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada. Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña. Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye. Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba. Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua.

Chiquilla, tienes los ojos azucarados, y los cachetitos, el izquierdo y el derecho, tienen sabor a durazno. Hoy se murió el amor por un instante y creí que yo también agonizaba. Fue a la hora en que diste con tus manos aquel golpe en la mitad de mi alma. Y que dijiste: un año, como si fuera tan larga la esperanza.

De puro acordarme, venía sonriéndose mi corazón y dando de brincos a cada paso como si no le cupiera el gusto de saber que existís. ¿Qué te podría decir yo? Esta carta debería ir sin palabras. Sólo llena de besos y del gran cariño que te tengo. Molerte a besos en el gran molino de mi corazón, que has hecho tuyo, y poner mi alma desdoblada como una sábana para que tú te envuelvas en ella.

Rulfo